POR NIGUN MOTIVO DEJAMOS DE SERVIR (Daniel 3:17-18)

Dios honra a los que le honran; es galardonador de los que le buscan; y es hallado por quienes se acercan a él. Siendo esto así, nuestra confianza en Dios no está determinada por la cantidad de favores recibidos, sino por la convicción personal que cada uno tiene en su corazón acerca del carácter y la persona de Dios mismo.
Para que nosotros tengamos una convicción personal de Dios tenemos que ir a las Escrituras; no podemos depender del testimonio de terceros. Permítame utilizar el ejemplo que nos ofrece el libro del profeta Daniel en lo referente a tres de sus compañeros: Sadrac, Mesac, y Abed-Nego.
Ellos eran de los linajes reales de Israel, sabios y entendidos, quienes durante el momento de su cautividad fueron enseñados en la lengua y cultura de los caldeos por tres años; después de los cuales fueron hallados diez veces mejores que los sabios y doctos de Babilonia. Luego fueron puestos sobre los negocios de toda la provincia.

La convicción teológica de estos jóvenes (tan diferente a la convicción de los jóvenes modernos que piensan que Dios es “un man chévere”) les llegó del conocimiento de la ley que dictaba (y sigue dictando) No tendrás dioses ajenos delante de mí; no te harás imagen de ninguna cosa, no te inclinarás ante ellas ni las honrarás, porque yo soy Jehová tu Dios que visito la maldad de los padres y que hago misericordia a los que me aman y guardan mis mandamientos (Éxodo 20:2-6).
Para ellos, esta ley era muy cierta y muy verdadera en sus mentes y en sus corazones. Podemos decir con confianza que estaban plenamente convencidos del carácter y la personalidad del Creador. Cuando fueron cuestionados por el rey Nabucodonosor por no postrarse ante la estatua que el rey había edificado a su dios, y fueron amenazados con perder sus vidas en un horno de fuego ardiendo, la respuesta de ellos no tuvo como argumento los muchos favores de la misericordia de Dios. Por el contrario, su respuesta estuvo en mayor armonía con el mandamiento dado por Dios de no tener dioses ajenos y en conformidad con la convicción de que Dios ama a los que le aman y guardan sus mandamientos. ¿Hemos analizado la respuesta que estos jóvenes le dieron al rey? Notemos la multiplicidad de sus argumentos:
1.     Nuestro Dios A QUIEN SERVIMOS; no a quien todo el tiempo estamos recordándole nuestras necesidades y nuestro temor diciendo: ¡Ay nos van a echar en un horno; Señor tú conoces nuestros corazones; perdónanos si nos postramos ante la estatua!
2.     Nuestro Dios TIENE TODO PODER para librarnos del fuego y de ti oh rey. No dependemos de la posición administrativa que tenemos sobre tu provincia, no dependemos de Daniel quien nos recomendó ante el rey. Estamos donde estamos porque Dios nos ha traído hasta aquí. Dependemos de su poder para hacer todas las cosas como él quiere.
3.     Pero si NUESTRO DIOS no lo hace (LBLA), es decir, si no nos da lo que necesitamos ahora, o no nos favorece con su misericordia, si no nos libra del fuego y/o si no nos libra de morir en Babilonia, sepa el rey que ¡tampoco adoraremos tu estatua! Nosotros servimos a un Dios único. Lo que él decida hacer con nuestras vidas está bien.

Estos jóvenes nos dan con su ejemplo una invitación a que hagamos un acto de conciencia y nos preguntemos si acaso nosotros hoy tenemos una convicción semejante. Porque la costumbre es hacerle promesas a Dios siempre y cuando Dios conteste nuestras peticiones favorablemente y de la manera que esperamos que sea (algo parecido a las promesas que se hacen un 31 de diciembre). Si Dios no contesta en conformidad con nuestro deseo, entonces ya ninguno siente la necesidad de buscarle ni de servirle; aun más, cada cual sigue viviendo como desea hacerlo y solamente se vuelve a Dios en medio de la próxima necesidad esperando que esta vez sí haga “el milagrito.” Después veremos si estamos en condiciones de hacerle también un “favorcito” a Dios. ¡Qué convicción teológica más miserable! El diablo quien es enemigo de Dios por lo menos tiembla.
Es irónico; Dios es amplio en perdonarle al hombre su pecado (si se arrepiente) pero el hombre no puede  pasar por alto que Dios no conteste todo el tiempo con un sí a todas sus peticiones.
El mismo Señor Jesucristo en el momento más dramático de su ministerio sobre la tierra declaró “no como yo quiero, sino como tú.”
¿Quiénes somos para exigirle a Dios todo lo que queremos? Y si le servimos y no recibimos lo que anhelamos ¿Por qué desanimarnos en nuestro servicio y amor a su nombre? ¿Le amamos? O ¿Simplemente nos conviene su ayuda?  Es hora de adquirir una mejor imagen del eterno Dios.



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