ABRAHAM MI AMIGO

¿A cuál de los santos te volverás para invocar su nombre?

ABRAHAM “AMIGO” DE DIOS


(La confianza mutua no es un puente que se pueda romper para saber de sus consecuencias)

En el libro del profeta Isaías 41:8 Dios llama a Abraham “mi amigo.” Luego, en el Nuevo Testamento el apóstol Santiago vuelve a mencionar la misma declaración afirmando que efectivamente Abraham fue llamado “amigo de Dios.”
Es muy común entre las personas oír que alguien diga que Dios es su amigo, y no solamente su amigo sino que a la condición de amigo le añade que también es fiel. Esta es una declaración muy individual en la que cada uno define esa amistad conforme a la manera que cada uno tiene de ver las cosas, sin embargo, no necesariamente desde la perspectiva de Dios. Y el hecho de que uno diga que Dios es su amigo, no indica que Dios lo considere del mismo modo. El caso de Abraham es totalmente distinto. Aquí, ciertamente es Dios quien le llama “mi amigo” y para que esto haya sido así, Abraham tuvo que haber sido de un proceder muy especial para con Dios y con un corazón dispuesto a oír y a obedecer. El llamamiento que Dios hizo fue respondido afirmativamente mediante el éxodo de Abraham, de su ciudad natal Ur de  los caldeos, hacia la tierra prometida en la cual habitó como extranjero.
En el desarrollo de ese éxodo y en ese peregrinaje encontramos a un Abraham (anteriormente Abram) sosteniendo una relación limpia con su interlocutor hasta el último momento de su existencia sobre la tierra. Relación que se vio caracterizada por una búsqueda constante y un acercamiento voluntario, por parte de Abraham, a ese Dios al cual invocó en todas sus jornadas desde el día en que se le reveló y lo llamó a que saliera de su tierra, de su casa y de su parentela.
Así mismo, durante el peregrinaje de Abraham, Dios le concedió a Abraham tener un hijo de su esposa legítima, Sara, siendo ella estéril y siendo los dos avanzados en edad.

Atrae nuestra atención el hecho de que la Escritura dice que Abraham le creyó a Dios la promesa de que tendría un hijo, pero impresiona y cautiva en toda dimensión el proceder de Dios expresado en la pregunta: ¿Encubriré yo a Abraham lo que voy a hacer? (Gén. 18:19). Pensemos por un momento y consideremos si acaso Dios tiene obligaciones para con el hombre. ¿Quién es soberano en hacer su voluntad más que Dios? Acaso, ¿Dios necesita de permisos o de autorización de los hombres? Con todo, Dios comparte con su amigo lo que piensa hacer. Pero aun queda otro detalle que sacude cualquier conciencia y es lo que Dios dice del carácter de Abraham. Dice: Porque yo sé que mandará a sus hijos y a su casa después de sí, que guarden el camino de Jehová, haciendo justicia y juicio, para que haga venir Jehová sobre Abraham lo que ha hablado acerca de él. Por esta razón, la cual Dios testifica, es que Dios no encubre secreto alguno a Abraham su amigo.
La cúspide de esta amistad, entre Dios y un hombre, queda altamente encumbrada mediante la petición que Dios hace a su amigo: ¡Dame tu hijo! Luego, queda laureada maravillosamente con creces y con glorias mediante la respuesta del amigo de Dios a su petición y testificada de la siguiente manera: Por mí mismo he jurado, dice Jehová, que por cuanto has hecho esto, y no me has rehusado tu hijo, tú único hijo; de cierto te bendeciré, y multiplicaré tu descendencia como las estrellas del cielo y como la arena que está a la orilla del mar (Gén. 22:16-17).

Finalmente, queda sellada esta singular amistad a través de la promesa y regalo de la gracia de Dios quien establece que en la simiente de Abraham su amigo (Ver Gálatas 3:16)) habrían de ser benditas todas las naciones diciendo: por cuanto obedeciste a mi voz (Gén. 22:18).
Ciertamente, hoy es el Señor Jesucristo quien declara: Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que os mando (S. Juan 15:14).

¿Quién podrá rogar a Abraham para que nos haga partícipes de tan grande amistad? Más bien aprendamos y sigamos su ejemplo. Seamos amigos de Dios obedeciendo su voz.

*** San Pablo a los Gálatas 3:16 Pues a Abraham y a su descendencia fueron hechas las promesas. No dice a sus descendencias como de muchas, sino de una sola: “Y tu descendencia,” que es Cristo.

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