UNA PAREJA MUY PAREJA


Hasta el final de nuestras vidas

Muchas historias de enamorados que oía de niño, terminaban con la muy célebre frase: “se casaron, tuvieron hijos, fueron felices, y comieron perdices.” Estas palabras daban por lo menos la esperanza, de que tarde o temprano, la formación de un hogar auguraba un final lleno de satisfacción y la presencia de los hijos un motivo de alegría. Sin embargo, la realidad de la vida nos enseña otra historia en la que, la unidad de la familia, no se sostiene en virtud de los buenos deseos, ni los dulces sueños. La construcción de un hogar, y la vida en familia, requiere muchísimo esfuerzo. Hombre y mujer han de darse el cien por ciento para enfrentar los abates de la vida y vencer todos los obstáculos que pueden destruir un matrimonio.

La mutua fidelidad, el respeto, la comunicación honesta, el mutuo apoyo, el cariño recíproco, la paciencia, la tolerancia mutua, son algunos de los aspectos diarios que deben tenerse en cuenta en la formación de un hogar y la estabilidad de una familia. Alguien dirá, que todo esto parece muy bonito, pero no tiene efectividad alguna contra los problemas que atacan la relación de una pareja. Y sin duda alguna, ninguno de estos aspectos tiene efecto positivo mientras no los pongamos por obra. Además, pensar que la unión sexual es el único ingrediente para mantener una relación sana de pareja y de familia es una de las más garrafales falacias. Hay que admitir que es importante, pero no es lo único que sostiene un matrimonio.

          También, alguien preguntó si era posible saber con seguridad, que Dios nos daría una persona para que fuera nuestra pareja perfecta. Y pienso con seguridad que sí. Que Dios le dio al hombre, el ser más adecuado para que le sirviera de compañía: le dio a la mujer. Y a la mujer le dio el hombre. Varón y hembra los creó. Encontrar la persona perfecta es sumamente difícil, pues, el principio del pecado reina sobre todos los seres humanos. Por lo tanto, nuestra pareja ideal siempre vendrá con defectos de carácter y temperamento semejantes a los nuestros, y junto con un atractivo físico que pronto habrá de deteriorarse con el paso del tiempo. ¿Y qué decir de la diferencia de gustos y las preferencias?

          Es en el diario vivir del amor sincero, de la ayuda y el respeto mutuo, y de mantener viva esa decisión de seguir amando, que podremos estar juntos hasta que la muerte nos separe. Es así como aprendemos a desarrollar todas las virtudes que honran la institución del matrimonio entre hombre y mujer. Y es así como enseñamos a nuestros hijos a formar hogares estables. Es cierto que a veces las cosas no resultan como deseamos, pero no es el matrimonio por sí mismo el que causa la separación, sino nuestra falta de continuidad en un compromiso tan serio y de tan alto honor. El egoísmo juega un papel determinante en las separaciones. Por ello, si deseamos disfrutar de un hogar sano y agradable, debemos trabajar por él desde el primer día, hasta el fin de nuestra vida. Bien dice la Sagrada Escritura “no os olvidéis de hacer el bien y de la ayuda mutua, porque de tales sacrificios se agrada Dios” (Hebreos 13:16). Honroso sea en todos el matrimonio; y el lecho sin mancilla; pero a los adúlteros y fornicarios los juzgará Dios (Hebreos 13:4).

          La fidelidad conyugal debe ser observada en todos los aspectos. Cualquier circunstancia o situación que pueda dañar la relación de una pareja, debe ser traída a la luz antes que sea demasiado tarde. Mucho se enfatiza que se aprende de los errores, pero caer en el error no es necesario para entender que lo que no se debe hacer, hay que evitarlo. Tanto el hombre, como la mujer, deben guardarse de caer en falta. ¡Cuán olvidado está el mandamiento de no desear la mujer del prójimo! Y, asimismo, la mujer no debe desear otro que no sea su propio marido, pues incurre en el mismo pecado.

Como podemos ver, un matrimonio fuerte y saludable, además de deseable, es aquel que es construido desde su base, por un hombre y una mujer dispuestos a darlo todo por formarlo. ¡He aquí! Esta es una pareja muy pareja. Recordemos nuevamente: ¡Honroso sea en todos, el matrimonio! Y el lecho sin mancilla. 

Comentarios

Qué reflexión tan aguda, real, desnuda. Es así, no podemos ante Dios, culpar a la pareja cuando hemos fallado. Ante Él no hay excusas.

Entradas más populares de este blog

NADIE HA HABLADO COMO ESTE HOMBRE

LA MÁS PEQUEÑA DE LAS SEMILLAS

MEJOR QUE SE LES ATE UNA PIEDRA AL CUELLO