UNA BENDICIÓN NUEVA Y DIFERENTE
Toda buena dadiva y
todo don perfecto desciende de lo alto
Comenzar una nueva vida, adoptar una nueva ideología, morir al mundo, y
vivir para Dios, implica que una persona llega a ser receptor(a) de una de las
bendiciones más hermosas que el ser humano pueda recibir.
Bendición que convence,
consuela, guía, enseña, recuerda, y exhorta a vivir una vida acorde con el
evangelio de Jesucristo. Bendición conforme a la promesa de Dios quien dijo
“derramaré de mi Espíritu sobre toda carne” (Joel 2:28). Tal es la bendición
nueva y diferente que viene de lo alto, de Dios, en quien no hay sombra de
variación.
Hoy, en cambio, se enfatiza
a tal grado la imperfección del hombre y su debilidad para resistir a la
tentación que parece no haber remedio; como si nada se pudiese hacer para que
un hijo de Adán vuelva a ser perfecto, obediente, sin mancha, con una
conciencia limpia, justo, consciente de su humanidad, pero así mismo,
consciente de Dios quien no puede ser burlado. Se divulga por todos los
rincones del planeta que todos somos pecadores, y el mundo dice que hay que
resignarse a morir pecando. Pero no tiene que ser así.
Dios ofrece, de entre sus más hermosas bendiciones, la promesa de
habitar en el corazón de quien recibe y acepta su testimonio.
Afortunadamente, contra ese
mal llamado pecado, el pensamiento evangélico aún contiene un antídoto, mediante
el cual se exhorta al creyente a ser más que vencedor con estas palabras: “como hijos obedientes no os conforméis a
los deseos que antes teníais en vuestra ignorancia.” “Si por el Espíritu hacéis morir las obras de
la carne viviréis.” “Los que son guiados por el Espíritu Santo, estos son los
hijos de Dios.” “Vosotros sois el templo de Dios.” En el nuevo nacimiento
somos hechos receptores del Espíritu Santo. Y si nuestro pecado es lo que nos
separaba de Dios, ahora, con la ayuda de su Espíritu, en nosotros, tenemos un poder más
que suficiente para vencer el pecado.
De modo que, siendo templo de Dios, por el Espíritu que ha hecho morar en
nosotros, siendo nuevas criaturas vamos camino a la perfección y nuestro cuerpo se convierte en un instrumento de
justicia. El mundo enseña que cada cual es dueño de su cuerpo y puede hacer con
él lo que quiera. Pero contrario a este pensamiento, en el evangelio somos
llamados a “glorificar a Dios en nuestro
cuerpo y en nuestro espíritu” los cuales son de Dios. Esta, ciertamente, es
una integración total con Dios. Es el reino de Dios en nosotros. Se puede ser
cristiano en todo el significado de la palabra. ¡Qué bendición! ¡Dios habitando
en nuestro corazón haciéndonos partícipes de su naturaleza! ¡Esto sí que es
nuevo y diferente! “El que me ama, guardará mi palabra; y mi Padre le amará, e
iremos a él, y haremos morada con él” (San Juan 14:23).
Textos utilizados en el presente
artículo:
1 Pedro 1:14-17; Romanos 8:13-14;
1 Corintios 6:19; Santiago 1:17
Comentarios