HEBREOS 12 UNA META PARA ALCANZARLA HOY


“Es necesario volver a recordar”

El sacrificio de Jesucristo es tan vital en el contexto bíblico que al declarar que es la única ofrenda que puede limpiar al hombre de su pecado, y por medio de la cual éste puede ser santificado, no ofrece lugar alguno para establecer otro medio, ni otro mediador, ni otro camino que lo acerque a Dios; y la vida de aquel que confiesa creer en JESUCRISTO no puede ser una en la que se confunda la luz con las tinieblas y se pierda todo discernimiento entre el bien y el mal. El escritor es muy insistente en su apreciación y no deja duda acerca de lo que es la fe en Cristo y lo que implica profesar confianza en Dios.

Prestemos atención a algunos de los argumentos ya expuestos con anterioridad en los capítulos previos de la carta:
¿Cómo escaparemos si descuidamos una salvación tan grande? ¡Si oyéreis hoy su voz no endurezcáis vuestros corazones! ¡Mirad que ninguno se endurezca por el engaño del pecado! ¡Que ninguno caiga como ejemplo de desobediencia! ¡Tened presente que todas las cosas están desnudas y abiertas a los ojos de aquel a quien tenemos que dar cuenta! ¡Vamos adelante a la perfección!  ¡Que cada uno de vosotros muestre la misma solicitud hasta el fin! ¡Acerquémonos con corazón sincero, purificados los corazones de mala conciencia! ¡Mantengamos firme, sin fluctuar, la profesión de nuestra esperanza, porque fiel es el que prometió! ¡Si pecáremos voluntariamente, ya no queda más sacrificio por los pecados! El que viola la ley dada por Moisés muere irremisiblemente y pregunta: ¿Cuánto mayor castigo pensáis que merecerá el que pisoteare al Hijo de Dios, y tuviera por inmunda la sangre del pacto en la cual fue santificado, e hiciere afrenta al espíritu de gracia? ¡El Señor juzgará a su pueblo! ¡No perdáis, pues, vuestra confianza, que tiene grande galardón! ¡Nosotros no somos de los que retroceden para perdición, sino de los que tienen fe para preservación del alma!  

Todo esto nos debe llevar a pensar que el amor de Dios y su buena voluntad para con los hombres no es cualquier baratija en el mercado de las ideas, ni él lo subasta al mejor postor, pues en el Evangelio es Dios quien propone una sola alternativa y el hombre tiene la responsabilidad de aceptarla o rechazarla. No existen términos medios que permitan ambigüedades, ni tecnicismos que promuevan la impunidad del culpable.

Y el escritor habiendo presentado los nombres de algunos de los antiguos, que mediante su obediencia dieron testimonio de haber creído en Dios, nuevamente insta a todos sus oyentes, y hoy a nosotros sus lectores, a despojarnos de todo peso y del pecado que nos asedia a fin de que corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante, es decir, a la meta que nos es propuesta. Nos llama a tener como ejemplo de vida y conducta a nuestro Señor Jesucristo, el cual tuvo en poco lo que había de padecer, por lo cual fue exaltado hasta lo sumo.

Del mismo modo, quien cree en CRISTO debe tener en poco los deleites del pecado, la vanagloria de la vida, la gloria del mundo, los deseos de la carne, y debe resistir contra el pecado recordando que no debe menospreciar la disciplina del Señor, pues sólo quienes de ella participan son considerados sus hijos. Además, su disciplina es para hacerlos partícipes de su santidad, (lógicamente, la de Dios) sin la cual nadie verá al Señor.
La recomendación que luego nos propone es: "mirad bien, no sea que alguno deje de alcanzar la gracia de Dios." Que no haya algún profano, como Esaú, que por una sola comida vendió su primogenitura. ¡Cuán alto es el precio a pagar por un momento de placer! Y es que rogar por misericordia, cuando con conocimiento de la verdad se falta voluntariamente a los principios del evangelio, es por demás un gran cinismo.

Solamente es a través de Cristo, y en Cristo, que el hombre puede acercarse a Dios. Y Dios tiene de él misericordia, pero Dios no puede ser burlado. Todo lo que el hombre sembrare eso también cosechará. Bien dice el consejo apostólico: "Si vivís conforme a la carne, moriréis; mas si por el Espíritu hacéis morir las obras de la carne, viviréis" (Rom. 8:1-14). Y cierra hacia el final del capítulo con otra amonestación: ¡mirad que no desechéis al que habla! Porque si no escaparon aquellos que desecharon al que los amonestaba en la tierra (Moisés), mucho menos nosotros, si desecháremos al que amonesta desde los cielos (Cristo).

Así que, teniendo la promesa de un reino inconmovible, advierte el escritor, tengamos gratitud, y mediante ella sirvamos a Dios agradándole con temor y reverencia; porque nuestro Dios es fuego consumidor, y porque no tendrá por inocente al culpable, ni tomará dos veces venganza de sus enemigos. Antes bien, deje el impío su camino y el hombre inicuo sus pensamientos; y vuélvase a Jehová el Dios nuestro, el cual será amplio en perdonar (Isaías 55:7).


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