MUERTOS PARA EL MUNDO Y VIVOS PARA DIOS
¡Esforzaos y sed valientes!
No soy motivado a que procure la perfección
de mi carácter o de mi vida; no me es permitido considerar que puedo ser mejor persona
cada día o servir de ejemplo a otros; mi lenguaje puede ser vulgar, pues, lo
importante es comunicar mi mensaje y hacerlo comprensible; puedo ser vulgar,
pero debo ser elocuente. En cuanto a mis costumbres, hábitos y tradiciones tengo derecho legal de ponerlos
en práctica; la sociedad no me obliga a
cohibirme de participar. Soy libre, enteramente libre; puedo creer en lo que
quiera, como quiera, cuando quiera, no importa en qué, o en quién, lo esencial es que tenga fe y que sea honesto en mis convicciones,
aunque estas sean equivocadas. Ninguno puede juzgarme por lo que creo. El mundo
aprueba mi libertad de elección. Puedo dejar de ser lo que soy y llegar a ser
lo opuesto. El fin que busco justifica los medios para conseguirlo; siempre
puedo hallar una excusa para dar razón de mis actos, y si logro persuadir a mis
interlocutores, estos me dan su aprobación. También puedo ser honesto en
reconocer mis faltas, mis errores, mi mal preceder, pero no siento obligación
de corregir mi vida; total, así soy yo, así me hizo Dios; soy humano y como humano cometo
errores. Nada hay para cambiar mi condición. Además, lo que es bueno para mí, puede ser malo para otros. Pero mientras yo me
sienta bien, no me importan los demás; si yo estoy bien, todos están bien. Debo
buscar mi felicidad.
Gozo
del derecho a defenderme, aun si en mi defensa he de herir a mi oponente.
Claro, mi oponente disfruta del mismo derecho, si le es necesario, para ganar
su sustento. No obstante, prefiero que el ofendido sea él y no yo; pues debo hacer uso pleno de mi derecho a
la subsistencia. En cuanto a las demás cosas, simplemente busco todo lo que me
produzca el bienestar personal; en el campo que sea, y puedo disponerme a
buscar la fama por encima de mis competidores. Puedo llegar a ser lo que quiera
ser, puedo demostrar mi superioridad, y si llego a morir, puedo decir que lo he
disfrutado todo a plenitud. ¡Esta vida hay que gozarla y vivirla a la perfección!
¡Que
triste pero cuán
cierto! El mundo apoya a sus hijos y les presta todas las herramientas y los
medios para su crecimiento. Aprovechando
la naturaleza caída del hombre, sabe qué hacer con ellos. Simplemente los recibe, los forma y los desarrolla. Crecen
optimistas con una actitud muy positivista de las cosas. Su camino es lo suficientemente
amplio.
Sorprendentemente,
como mudos, quienes profesamos el evangelio vemos con gran asombro el avance
impetuoso de los hijos de las tinieblas; nos cuesta trabajo aceptar que debemos
caminar por la senda estrecha, y por ello, algunos abogan para que la senda estrecha sea tan amplia como la ancha. Han acuñado la filosofía del mundo aceptando y pregonando
que como humanos cometemos errores, y por lo tanto, la santidad a la que somos
llamados es un asunto que no tiene sentido común. Morir al viejo hombre es una
utopía; morir al pecado es un ridículo; no satisfacer los apetitos de la carne
es una locura; y buscar la perfección de vida en Cristo es un imposible; total,
la carne es débil. La veracidad de la Biblia es puesta en duda y sus
declaraciones son cuestionadas; cualquiera puede interpretarla a su parecer; sus
mandamientos son anacrónicos; el mensaje de su evangelio ha sido reducido a
anuncios de interés personal; todo es relativo; Jesucristo es otro gran maestro
de moral y puede ser catalogado a la altura de un Buda, de un Confucio, o de cualquier
otro gurú. La oración, para muchos es el recordatorio de las promesas divinas; y
no es el ruego que nace del arrepentimiento por los pecados cometidos. La
gracia de Dios ha sido convertida en la garantía de que, sin importar el estilo
de vida, cualquiera es justificado. ¿Qué más se puede esperar?
Pienso constantemente y también me pregunto: ¿Ha de perseverar el cristiano en el pecado, para que abunde en su vida la gracia de Dios?
Porque los que
han muerto al pecado, ¿Cómo seguirán viviendo en pecado? Nuestro viejo hombre
debe quedar crucificado para que el cuerpo del pecado sea destruido, a fin de
que no sirvamos más al
pecado. Considerémonos
muertos al pecado, pero vivos para Dios. Que no reine el pecado en nuestros
cuerpos mortales, ni obedezcamos a sus concupiscencias; tampoco presentemos los
miembros de nuestros cuerpos como instrumentos de iniquidad, sino presentémonos a Dios como vivos de entre los muertos, y los miembros
de nuestros cuerpos como instrumentos de justicia. Porque el pecado no se enseñoreará de nosotros. ¿Dejaremos de buscar el reino de Dios
y su justicia? ¿Diremos no a la santidad, sin la cual, ninguno vera al Señor? Si
bien es cierto que aun sufrimos imperfecciones morales, esto no justifica que
dejemos cada día de ser mejores servidores de Dios y de nuestro prójimo. Más bien, dejando lo que queda atrás, extendámonos hacia
lo que está
adelante; prosigamos por ver si logramos alcanzar aquello para lo cual hemos
sido alcanzados por Cristo; sigamos hacia la meta, al premio del supremo
llamamiento de Dios.
Adorad a Jehová en la hermosura de la santidad (Salmo 96:9).
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