QUE NO SEA EN VANO SU GRACIA
QUE NO SEA EN VANO SU GRACIA
Muchas y variadas son las razones
por las que muchas personas caen o llegan a vivir en la indigencia. Tanto
hombres, como mujeres, llegan a ser víctimas de una condición social nada deseable. Sin embargo, aquí, no vamos a
explicar sus causas, y mucho menos vamos a vituperar al ser humano que sufre
una condición adversa en su vida; solamente hacemos uso de su figura para
ilustrar un hecho igualmente social que, aunque vestido de gala, es vil.
De hecho, un gran número de ellos, de manera
volitiva, se han entregado a tal modo de vida.
La figura y vida de muchos indigentes se asemeja en gran manera a la de
aquellos que en vano reciben la gracia de Dios y la enseñanza de su palabra.
De hecho, un gran número de ellos, de manera volitiva, se han entregado a
tal modo de vida. La generosidad ocasional, demostrada por la compasión de los
transeúntes, y la ayuda social de las instituciones humanitarias, con gran
dificultad logran que algunos de ellos se reintegren nuevamente a la sociedad y
vivan con dignidad.
Pocos son los que aprovechan los escasos recursos que se
les brinda, y con un gran esfuerzo logran superarse. He conocido algunos, que
de entre ellos han salido, y me han hecho entender que no pocos continúan en la indigencia, porque allí han encontrado una forma
de vivir sin demasiado esfuerzo, sin tener que aportar un céntimo. Más bien, siempre esperando recibir algo sin dar nada a
cambio; excepto, su presencia poco apetecida en las calles, y la huella de su
decadente vida al transitar.
No existe intención alguna de herir el espíritu de quien procura superar las adversidades que le presenta la vida. ¡No!
No existe intención alguna
de condenar al ser que queda preso de la indigencia; ni menoscabar al que por
motivos ajenos a su voluntad cae en profunda pobreza; ni herir el espíritu de
quien con mucho esfuerzo procura superar las adversidades que le presenta
la vida. ¡No!
Por el contrario; o más bien,
este ministerio pretende levantar la voz contra la ingratitud hacia Dios y su
Evangelio. Ingratitud que ha sido demostrada por la conducta moral de los seres
humanos, quienes, en aras de la igualdad de derechos y la libertad, en vano
reciben la gracia de Dios porque les parece una ley arcaica y sin validez contemporánea.
Y no solamente la reciben en vano, sino que también la rechazan voluntariamente.
Porque la gracia de Dios no les es provechosa, ni fructifica en sus vidas; y no
porque Dios no quiera, sino porque ellos no quieren.
El mundo actual no contempla
glorificar a Dios, ni pretende responder con gratitud a Dios. Antes, este mundo
se envanece en su razonamiento y el corazón de los hombres se entenebrece cada
vez más. Profesa ser sabio, pero es como una bestia necia y rebelde. Es como un
perro que muerde la mano de quien lo alimenta. Ha cambiado la verdad de Dios
por la mentira; a lo bueno llama malo, y a lo malo bueno.
He aquí, la indigencia espiritual de hombres y
mujeres, jóvenes y ancianos, de todas las edades sin Cristo.
Por ello,
no la figura del pobre que lucha por su sustento, ni del que procura
sobrevivir, y que espera la ayuda de una mano amiga, sino la figura del indigente
que no desea superarse por ningún motivo, y que escoge seguir siéndolo sabiendo que existe una salida, y que nada pretende dar a cambio de su redención,
es la que deseamos presentar para ilustrar el estado de miseria moral en la que
vive la gran mayoría. Hay un
Dios que lo ha dado todo y hecho todo por salvar al pecador; y, sin embargo, éste cada día muere.
Las palabras de Pablo apóstol
nos exhortan precisamente para que no suceda lo inesperado. No sea que pensando
andar entre los vivos resultemos caminando, sin percatarnos, hacia una muerte lenta
pero segura porque la semilla del evangelio no dio su fruto. Recordemos: “Os exhortamos
también a que no recibáis en vano la gracia de Dios” (2 Corintios 6:1). Porque
no son los oidores de la ley los justos ante Dios, sino que los hacedores de la
ley serán justificados (Romanos 2:13).
“Antes que fuera yo humillado, descarriado andaba; mas ahora guardo tu
palabra” (Salmo 119:67).
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