¿DE QUÉ TENGO QUE PREOCUPARME?
¿Amor incondicional?
Los teólogos hablan de un asunto
que, en el campo religioso, llaman “El Decreto Divino;” el cual es inmutable,
eterno, eficaz e incondicional. (Cita tomada del libro Sumario de Doctrina Cristiana por Louis Berkhof, Libros Desafío). Y
con este Decreto Divino se quiere dar a entender “que todas las
cosas que Dios ha predeterminado en su plan o propósito eterno van a suceder” (sic).
Por otra parte,
las características del Decreto Divino, es decir, su inmutabilidad, eternidad,
eficacia, e incondicionalidad, son aplicadas por muchos al amor con que Dios ha
amado al mundo. Y como consecuencia de la fusión de ideologías, creadas para
sacarle provecho a las personas, los mercaderes del evangelio han sabido
escoger la característica de incondicional,
del Decreto Divino, y la han aplicado al amor de Dios, convirtiéndolo en un
elemento sumamente atractivo que, a largo plazo, lo tergiversa y lo corrompe, y
logra enviar a muchos por el camino ancho de la perdición. Este elemento
atractivo es lo que popularmente se denomina el “amor incondicional” de Dios.
Para citar un
ejemplo, dicen que el amor de Dios es tal, que
el hombre nada puede hacer para impedir que Dios le siga amando. Y como el
amor de Dios no depende de ninguna acción humana, han llegado al colmo de
enseñar que Dios ama al Hombre, aunque éste continúe en su
pecado. También citan las palabras del Señor Jesús quien
dice: “no he venido a llamar a justos sino a pecadores.” Pero quienes favorecen
este modo de pensar no se percatan del objetivo de sus palabras. El Señor
claramente dijo: “he
venido a llamar a pecadores al arrepentimiento.” (S. Mateo 9:9-13).
Ahora,
consideremos lo siguiente: la definición de la palabra incondicional es
esta: que no admite condiciones, ni
restricciones. Si el amor de Dios fuera incondicional, luego, no hubiera
necesidad que el Señor recalcara el arrepentimiento del pecador como un elemento
necesario para que éste sea redimido de su maldad y restituido a la comunión
con Dios. Otra vez: si el amor de Dios fuera absolutamente
incondicional, no estuviera condicionado, ni restringido por el
arrepentimiento.
Otro pasaje
bíblico utilizado para “justificar” la incondicionalidad es el pasaje bíblico
de la mujer sorprendida en adulterio. Ellos citan una vez más las palabras “ni yo te condeno.” Pero
nuevamente, ignoran el resto del texto en el que claramente se lee: “Vete y no peques más” (S. Juan 8:11).
Quienes piensan
así, critican y juzgan de hipócritas
a quienes, de manera honesta, desean y procuran vivir una vida justa delante de
Dios. Pero estos, que así juzgan, son una perfecta imagen de los “justos” del evangelio de San
Mateo 9:9-13. Es decir, de los que “no
necesitan de médico;” pues la maldad de sus vidas es para ellos algo muy
natural. Porque reclaman: ¿De qué tenemos que ser sanados? O ¿De qué tenemos que arrepentirnos? Estos ignoran
voluntariamente la enfermedad de su pecado y no desean abandonarlo en modo
alguno, ni ser sanados por quien puede salvarles de su mortal condición.
Es cierto que en
Juan 3:16 leemos que “De tal manera amó Dios al mundo que ha dado a su Hijo
Unigénito. Pero también es muy cierto que marca el propósito por el cual lo
hizo. Dice: “para que todo aquel que en él cree,
no se pierda.” ¿Que no se pierda, dónde? Lógicamente, ni en el pecado, ni en el
infierno; sino que tenga vida eterna. Y así, el amor de Dios es eternamente
eficaz para su vida. Esto sí es incondicional y sin restricciones para
el que cree, se arrepiente, y obedece a la verdad del evangelio.
Por lo tanto, así
como el “Decreto de Dios” es inmutable, eterno y eficaz, el amor de Dios
también lo es. Pero la fe en Cristo, el arrepentimiento del pecador, y la
obediencia a su evangelio, son elementos indispensables
para que seamos sus beneficiarios. Entre tanto, su amor está restringido
y limitado para acoger a todo pecador que se arrepiente.
La Biblia nos
indica que la paga del pecado es muerte; y esto igualmente es inmutable. Así pues, no os engañéis:
Dios no puede ser burlado; porque el que siembra para su carne, de la
carne segará corrupción; mas el que siembra para el Espíritu, del Espíritu
segará vida eterna (Gálatas 6:7-8).
Y para cerrar, de
la misma manera, es verdad y es inmutable
(nadie lo puede cambiar), que la dádiva de Dios es vida eterna únicamente en
CRISTO JESÚS. Y que el Hijo de Dios no vino a morir por los pecadores para
que estos sigan en su pecado. ¡Absolutamente no! Antes bien, Dios es
paciente para con nosotros, no queriendo que ninguno perezca, sino que todos
procedamos al arrepentimiento (2Pedro 3:9).
Pregunta
Dios: ¿Quiero yo la muerte del impío? ¿No vivirá si se apartare
de sus caminos? De cierto vivirá. (Ezequiel 18:20-23). Mas el alma
que pecare, esa morirá; y la impiedad del impío será sobre él.
Como podemos
ver, ese amor incondicional que se han inventado los hombres, hace mucho más mal, que bien. Por ello, muchos no buscan el
arrepentimiento ni el acercamiento a Dios; pues han llegado a aceptar el
articulo de más bajo
precio en el mercado de las ideas, creyendo que Dios los ama aun en la perversidad
de sus actos y que las leyes de los hombres no condena.
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