MADUREZ O SANTIDAD?


COLOSENSES 1:22-23

Una frase famosa en nuestros días es aquella que dice: errar es humano, y perdonar es divino. Pero esta es tan solo una manera más por la cual, el mundo, justifica el colmo de su maldad; y paralelo a esta idea, se espera que quien comete la falta contra su prójimo, sea perdonado sin hacer reparaciones de ninguna clase. Pero es que, en un mundo tan pervertido, como el actual, el perdón es la mejor excusa para seguir cometiendo actos de maldad. Y, por otro lado, las víctimas tienen que callar a la espera de una nueva ofensa, ocupando, por así decirlo, el lugar de Dios; perdonando y bendiciendo las injusticias de los hombres. Pero esta manera de actuar no puede permanecer siempre impune, y Dios no puede ser burlado. Todo lo que el hombre sembrare, eso también cosechará.

Los versículos (1:22-23) que nos ocupan hoy, hacen referencia, cada uno, a dos doctrinas fundamentales del evangelio. Estas son: la santidad del creyente y la seguridad de la salvación.

Primero, para ninguno es un secreto que el hombre es un ser pecador y que está rodeado de debilidades y de faltas. Y la santidad es para él algo inalcanzable e imposible. Es más, vivimos tiempos en los cuales las iglesias enseñan a no confundir santidad con madurez espiritual, y que ser perfecto en Cristo, es ser maduro espiritualmente. Sin embargo, el Señor dijo claramente: Ejemplo os he dejado.

También leemos en las Escrituras que, sin santidad, nadie verá al Señor (Hebreos12:14). Y así mismo que, como aquel que os llamó es santo, sed también vosotros santos en toda vuestra manera de vivir (1 Pedro 1:15).
Además, en la carta a los Colosenses 1:21 podemos observar que el apóstol escribió:  Y a vosotros también, que erais en otro tiempo extraños y enemigos, haciendo malas obras ahora os ha reconciliado en su cuerpo de carne, por medio de la muerte, ¿Para qué? Para presentaros santos y sin mancha e irreprensibles delante de él.”

Vamos al grano: si santidad y perfección deben ser considerados sinónimos de madurez espiritual y no de santidad, ni de perfección, entonces: ¿Quién determina el nivel de madurez espiritual del creyente? Desde los púlpitos se proclama que ¡debemos mirar a Cristo! Y que él es nuestro ejemplo.
Si esto es así, entonces la madurez de Cristo es evidente mediante su santidad y perfección. Y ese mismo nivel debe ser la meta de todo creyente. Es interesante que Pablo hablara de no pretender haberlo ya alcanzado, pero sostuvo lo siguiente: prosigo a la meta. Y con el mismo énfasis exhortó a todos diciendo: sed imitadores de mí.
Hoy día no se escucha, a ministro alguno del evangelio, instar a sus congregaciones a que lo vean como ejemplo de conducta. Antes, confiesan sus incapacidades espirituales, contradiciendo que la Escritura dice que Dios nos hizo aptos para participar de la herencia de los santos en luz (Col. 1:12). Así pues, la madurez espiritual debe ser medida en conformidad con el constante y continuo buscar de dicha santidad y perfección como ordena la Escritura y no como los hombres.

La pregunta del diablo vuelve a ser la misma: Con que Dios os ha dicho ¿Sed santos como Él es santo? ¡Ja! Sabe Dios que el día que pecares, os perdonará, pues es un Dios de amor. No tenéis que ser santos. Basta con vuestra madurez espiritual. Recordad que sois hombres y no dioses.

El segundo asunto en estos dos versículos es la seguridad de la salvación. Este es un tema de gran debate y controversia que queremos evitar, pero que no podemos ignorar.
La gran mayoría se inclina por pensar que la salvación no se pierde y se aferran al texto que dice irrevocables son los dones y el llamamiento de Dios (Romanos 11:29) ignorando que Pablo, en este pasaje, está hablando con respecto a la nación judía, y que lo que quiere decir es que el llamamiento de Dios a los judíos sigue en pie. Que el llamamiento a los judíos, a que sean un pueblo santo y sin mancha, en justicia y santidad de vida no ha cesado. Y que los dones de Dios, es decir, las promesas hechas por Dios mismo no han sido revocadas.
En otras palabras: La promesa de la vida eterna sigue vigente para los que obedecen al llamamiento que Dios hace. Primeramente, al judío y también al griego. En ningún momento Pablo ha dicho que si pecamos y nos descarriamos Dios nos va a “arrebatar” del fuego eterno del infierno. Antes Dios mismo dice: Si el impío se arrepintiere, le será contado por justicia y el alma que pecare morirá. (Ezequiel 18). Recordemos que Dios no ha cambiado ¿O sí?

De nuevo aparece el interrogatorio de la serpiente: con que Dios os ha dicho que ¿Es el mismo hoy, y por siempre? ¡Ja!

Romanos 11:29 no es un boleto de garantía al cielo. Hay que mantener presente aquí, que Dios perdona al pecador que se arrepiente. No al hombre reincidente, ni al que se complace en la maldad.

Para terminar, consideremos las palabras del texto en el 1:23 que dice: si permanecéis fundados y firmes en la fe, y sin moveros de la esperanza ¿Cuál esperanza? (vea en S. Lucas 1:67-75 solo un ejemplo de la esperanza del pueblo de Dios) Ahora, notemos las siguientes cuatro palabras en un solo versículo: permanecer, fundados, firmes, e inconmovibles bajo una frase condicional: si en verdad.
Es decir, si es cierto y verdadero que permanecéis tal como empezasteis a estar en Cristo, desde el día en que oyeron el evangelio, efectivamente seréis presentados santos y sin mancha.
La esperanza de ser tal como él es, hace que el creyente se purifique a sí mismo, así como él es puro (1 Juan 3:3) ¡Qué locura el evangelio!



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