CUMPLE CON TU MINISTERIO


COLOSENSES 1:25

Apreciado lector: puede ser que el tema que se presenta en esta ocasión no sea de su interés. No obstante, quien ha asistido a una iglesia, por las razones que sean, habrá notado que el plato principal del servicio es la predicación del pastor o ministro encargado de exponer la palabra de Dios.
         
Para iniciar, comienzan los saludos de costumbre, las bienvenidas de rutina, los horarios, los anuncios, menciones especiales, algunas recomendaciones y la invitación a continuar asistiendo. Luego, después de una corta o larga oración se procede a la exposición del mensaje, no sin antes relatar unas cuantas anécdotas graciosas para hacer reír a los asistentes y a las visitas para que estas no se aburran, y así “romper el hielo” que impide a las personas prestar atención.

          Si el apóstol Pablo pudiera asistir a uno de nuestros servicios religiosos, y pudiera observar las multitudes revolcarse de la risa, en el lugar de las oraciones, y percibir la indiferencia ante el mensaje del evangelio, y el afán de la gente por salir del lugar, bien diría que no se equivocó cuando escribió de la apostasía, y de la manifestación del hombre de pecado que se sienta en el templo de Dios, haciéndose pasar por Dios; porque han apartado de la verdad el oído y se han vuelto a las fábulas; porque ahora tienen comezón de oír. Y por ello, hay que hablar conforme a su deseo.

          Pablo fue muy claro en su llamamiento al ministerio. Declaró que había sido llamado, no para ser servido, sino para servir de acuerdo con la administración de Dios. Dijo que no fue llamado por los hombres, ni de acuerdo con los parámetros de los hombres, ni para agradar a los hombres. De haber sido así, se hubiera visto impedido de cumplir con el ministerio de la predicación, pues su sustento económico dependería en gran parte de las ofrendas y los diezmos de la congregación. Y si dijese algo conforme a las Escrituras, que ofendiese a uno de los miembros del Cuerpo Directivo, su salario pudiera verse muy reducido; o como hacen algunas congregaciones, que dejan de ofrendar para que el pastor se largue pronto.
         
Pero Pablo merece un aplauso. Conozcamos su propio testimonio: ni la plata, ni el oro, ni la ropa de nadie he codiciado. Vosotros sabéis que estas manos me sirvieron para mis propias necesidades y las de los que estaban conmigo. En todo os mostré que así, trabajando, debéis ayudar a los débiles, y recordar las palabras del Señor Jesús, que dijo: Más bienaventurado es dar que recibir” (Hechos 18:3).

          Así pues, el apóstol jamás comprometió la predicación del evangelio para agradar a ninguno, sino a Jesucristo.

          En cambio, hoy, cómo se ha dejado de anunciar cumplidamente la palabra de Dios. Abunda el chiste, la narración novelesca, se hace un gran esfuerzo por agradar el oído del oyente, y el llamamiento al arrepentimiento se ahoga en medio de las risas, y luego de un grato momento de esparcimiento social cada uno a seguir viviendo como más conviene.

          Ahora, no caigamos en el extremo de que absolutamente nada se puede referir. No. Esto no es lo que estamos diciendo. Lo que se indica aquí es que, al momento de predicar el evangelio, predíquese cumplidamente el evangelio, sin comprometerlo moral ni económicamente; sin quitarle ni añadirle; sin igualarlo a la ideología pagana del mundo actual; sin humillar a Cristo a la estatura de los filósofos ni de los gurúes; sin rebajar su divinidad a la de un semidios.

Que, si alguno se ofende, que se ofenda. Que arregle su vida delante de Dios y los hombres; que se vuelva de su mal camino; que se arrepienta. Que aprenda a hacer el bien; que se ponga a cuentas con Dios. Bien dijo el Señor: ¡No quiero la muerte del impío! Sino que el impío se vuelva de la maldad de su camino y haga justicia (Ezequiel profeta).
Y para cerrar, si la congregación no suple lo suficiente para su sustento, pero lo aprecian y reconocen su labor en el ministerio, no sea gravoso; un empleo no cae mal. Antes, así contribuye con creces para la obra del ministerio. Recuerde: el obrero es digno de su salario; y como le dijo Pablo a Timoteo, cumple tu ministerio; haz obra de evangelista.




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