LO ACEPTABLE RESULTÓ FALSO
LO ACEPTABLE RESULTÓ FALSO
“Ya son varios años desde que noté cuán falsas eran las muchas creencias
que, desde mi temprana juventud, había aceptado como verdaderas; y cuán dudoso
era todo lo que desde entonces había construido sobre estas bases. Entonces me
convencí de que debía deshacerme de todas aquellas opiniones que había
aceptado, y, por lo tanto, debía comenzar a construir nuevamente desde los
fundamentos” (René Descartes. “Dos Meditaciones” Traducido del libro “Readings
in Philosophy” por Randal, Buchler, Shirk 1950).
El
pensamiento del filósofo expone
la necesidad de buscar y encontrar la verdad de las cosas que más competen a nuestras vidas. Descartes, se dispuso a
establecer su vida sobre lo verdadero; sobre aquello de lo cual no existier duda; y en su experiencia -por lo menos- llegó a la realidad existencial de su propio ser, lo cual
declaró en su frase célebre “pienso, luego existo.”
Esto me lleva a pensar que la misma conducta debiera practicarse con respecto al
conocimiento de Dios. Utilizar parte de nuestro tiempo para
determinar si lo que nos han enseñado es coherente, lógico, cierto y verdadero con respecto al carácter y
la persona del Creador, es vital.
Ahora, de la
misma manera que para estudiar cualquier ciencia se recurre a los textos que
competen a su campo, el que profesa fe en Dios no puede pensar que su tradición
esté en armonía con el texto sagrado
si nunca recurre a él.
Para
el cristiano la Biblia es el texto de estudio teológico. Y este no puede
relegarse a que sea uso exclusivo de seminaristas, clérigos, sacerdotes,
pastores o ministros. La Biblia es para el uso de todo aquel que considera verdad la existencia de Dios. No podemos estancarnos en que si
existe o no. Debe haber en nosotros razones lógicas y fundamentales para
profesarlo, y no simples movimientos de cabeza afirmándolo. Conocer su
carácter, sus declaraciones, y los medio por los cuales Dios se ha manifestado son igualmente necesarios. No podemos establecer nuestra confianza en Dios sobre la base
de la comodidad y conveniencia personal, y mucho menos sobre lo que
consideramos que debe ser. Hay que examinar qué es lo que creemos y en quién creemos. Con absoluta seguridad que, si hacemos
uso de nuestro tiempo para indagar la verdad de Dios y nuestra relación con él, muchas cosas van a cambiar.
Hoy parece que disminuye la urgencia de
buscar a Dios. Esto nos recuerda las palabras de Isaías, quien anunció del Mesías Salvador lo siguiente: “Despreciado y
desechado entre los hombres, varón de
dolores, experimentado en quebranto: y como que escondimos de él el rostro, fue
menospreciado, y no
lo estimamos. Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó
por su propio camino” (Isa.53).
Tristemente la gloria, las riquezas, y los placeres del mundo nos quieren hacer creer que estos son más importantes que la voluntad del
Creador, el cual quiere que seamos salvos y vengamos al conocimiento de la
verdad.
Cuántas cosas con respecto a Dios se aceptan como ciertas sin tomar tiempo para indagarlas. Sencillamente, lo que se oye en los medios de comunicación y el entretenimiento o en las redes sociales se acepta como si fueran estatutos de fe. Pero la Biblia sostiene que el
conocimiento de las Escrituras nos hacen sabios para la salvación en
Cristo Jesús. Son inspiración de Dios, y útiles para doctrinar, para
redargüir, para corregir, para instruir en justicia (2 Tim. 3:16). No existe remplazo.
Y en cuanto a la
existencia de Dios, dijo Descartes: “por sólo haberme creado Dios, es muy de
creer que me ha producido, en cierto modo, a su imagen y semejanza, y que
concibo esa semejanza, en la cual está contenida la idea de Dios, por la misma
facultad por la que me concibo a mí mismo; es decir, que cuando hago reflexión
sobre mí mismo, no sólo conozco que soy cosa imperfecta, incompleta y
dependiente, que sin cesar tiende y aspira a algo mejor y más grande que yo,
sino que conozco también, al mismo tiempo, que ése, de quien dependo, posee
todas esas grandes cosas a que yo aspiro y cuyas ideas hallo en mí; y las posee
indefinidamente, y por eso es Dios.” (Descartes, René. Discurso del Método /
Meditaciones metafísicas. Grupo Planeta. Kindle Edition.
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