Y DIJO DIOS


Y con todo lo que profesamos conocerle seguimos buscando la manera poder oír, en cada momento difícil, esa voz que nos diga qué podemos hacer. 

Y DIJO DIOS
Hebreos 1:1-3

¡Oh! ¡Que Dios hablara directamente a nuestras vidas!
Pensamos que si así fuera terminarían nuestros temores ante cada adversidad. Y sin embargo, pasan los días y las contrariedades parecen no llegar a su fin. Anhelamos la voz de Dios quien es omnisciente; sabe de qué tenemos necesidad, conoce nuestro corazón, comprende lo más profundo de nuestro ser.  Y con todo lo que profesamos conocerle seguimos buscando la manera poder oír, en cada momento difícil, esa voz que nos diga qué podemos hacer. ¿Qué será que esta necesidad se hace tan imperiosa? ¿Será, tal vez, que lo conocido de Dios realmente no lo conocemos, o no lo hemos podido asimilar? O acaso, ¿No hemos creído a su palabra?

          La Biblia, el libro menos leído en el mundo cristiano, y el que con más meticulosidad consultan los avivatos del evangelio para sacar provecho, contiene un documento o carta dirigida a los Hebreos. Y en su primer capítulo leemos que Dios habló a los antiguos por medio de sus profetas, es decir, mediante todo lo que conocemos como el Antiguo Testamento. Pero hoy, estipula el documento, a nosotros nos ha hablado por el Hijo.
          Cuando Jesucristo hizo referencia al hombre rico que en el Hades rogó a Abraham, para que Lázaro fuese enviado a sus hermanos a testificarles, dice que esta fue la respuesta que recibió: “a Moisés tienen, y a los profetas; óiganlos.” No obstante, el hombre rico replicó: ¡No padre Abraham! Pero si alguno fuere, se arrepentirán. Y Abraham le respondió: Si no oyen a Moisés, y a los profetas, tampoco se persuadirán, aunque alguno resucitare de entre los muertos. (Lucas 16:22-31).
          En otra ocasión, hubo en los días de Jesús quienes le demandaron señal de la autoridad con la que hacía y decía las cosas, pero les dijo que señal no les sería dada sino la señal de Jonás. (S. Mateo 12:38). Y de la misma manera Jesucristo es la señal, es la voz de Dios, para los hombres y mujeres de hoy.


          Algo semejante a lo narrado en la referencia bíblica del Nuevo Testamento sucede en los tiempos actuales. Consideramos que si Dios nos ofrece señal visible o audible de su voluntad mediante las circunstancias, aparte de las Escrituras, entonces creeremos. Pero, si teniendo el testimonio escrito de apóstoles y profetas nosotros seguimos buscando que Dios nos hable de otras formas, entonces ¿Para qué Biblia? Y me atrevo a decir que si no oímos a los profetas, ni prestamos atención a la señal de Jonás, ni escuchamos el testimonio apostólico, y menos a Jesucristo y sus palabras (quien es la voz de Dios) entonces, no sé la voz de qué profeta queremos oír. ¿Deseamos más señales de parte de Dios? Precisamente, Jesucristo fue quien calificó de mala y adúltera a la generación que demandaba señal.

          La lectura asidua, constante, juiciosa, y con atención nos puede ayudar y fortalecer inmensamente, para que en los tiempos adversos nuestra confianza en Dios se afirme y no estemos amedrentados por el día de mañana. Recordemos las siguientes palabras: habiendo huido de la corrupción que hay en el mundo a causa de la concupiscencia; vosotros también, poniendo toda diligencia por esto mismo, añadid a vuestra fe virtud; a la virtud, conocimiento; al conocimiento, dominio propio; al dominio propio, paciencia; a la paciencia, piedad; a la piedad, afecto fraternal; y al afecto fraternal, amor. Porque si estas cosas están en vosotros, y abundan, no os dejarán estar ociosos ni sin fruto en orden al conocimiento de nuestro Señor Jesucristo (2 Pedro 1:4-8). Y: vosotros, amados, tened memoria de las palabras que antes fueron dichas por los apóstoles de nuestro Señor Jesucristo (Judas 1:17).

          La maldad del ser humano puede llevar a su prójimo a cuestionar, a dudar, a poner en tela de juicio la verdad de Dios y a renegar de él. Pero la ira de Dios se revela desde el cielo contra toda impiedad e injusticia de los hombres que detienen con injusticia la verdad (Romanos 1:18). Y aun más, el testimonio mismo de Dios mediante sus profetas, y sobre todo, el testimonio dado por Jesucristo debe ser suficiente para cada necesidad de nuestras vidas. Solamente tenemos que aprender a oír su voz desde el conocimiento de las Sagradas Escrituras. No es necesario seguir buscando entre los hombres mortales, otro que nos diga cuál es la voluntad de Dios.

          Que el Señor nos ayude a volver nuestros corazones a la verdad de su testimonio, a inclinar nuestros oídos a la voz de su palabra escrita, y a afirmar nuestro entendimiento a la comprensión viva de su obra en cada uno de nosotros.

Comentarios

Entradas más populares de este blog

NADIE HA HABLADO COMO ESTE HOMBRE

LA MÁS PEQUEÑA DE LAS SEMILLAS

MEJOR QUE SE LES ATE UNA PIEDRA AL CUELLO