VIO A UN HOMBRE QUE NO ESTABA VESTIDO DE BODA


SAN MATEO 22:1-13

Se relata en el evangelio que Jesús enseñaba mediante una parábola para ayudarle a los oyentes a conceptuar el reino de Dios. Les dijo que era como un rey que iba a celebrar las bodas de su hijo haciendo una gran fiesta a la cual, sus invitados, no quisieron venir, otros no hicieron caso, y otros dieron muerte a sus mensajeros. Por lo que aquel rey los destruyó alegando que no eran dignos. Entonces decidió enviar de nuevo a sus siervos y ellos juntaron todos los que hallaron, juntamente malos y buenos: y las bodas fueron llenas de convidados.

          Aunque las bodas fueron bien asistidas, se halló que entre todos los presentes, había uno que no estaba vestido conforme a la ocasión. Cuando el rey salió para ver a los convidados, y lo vio, lo cuestionó preguntándole: ¿Cómo entraste aquí sin estar vestido de boda? Y el hombre enmudeció. Entonces el rey ordenó atarle de pies y manos para que fuera echado a las tinieblas de afuera.  

          Esta parábola siempre me causó inquietud porque, pensaba, pobre hombre a lo mejor no tenia con qué vestirse y su expulsión no tenía lógica. Pero observando la conducta humana pude percibir algo en la narración que arroja luz para comprender el miserable final de un hombre que, habiendo sido invitado, tuvo en poco la amplia generosidad de su anfitrión.
           De hecho, no era un conocido del rey lo mismo que los primeros convidados. Sin embargo, fue uno de los muchos hallados por los caminos, y que sin distinción de clase fue convidado aun sin merecerlo. En otras palabras, tuvo oportunidad de disfrutar una cena inigualable, abundante, generosa, que lo envidiarían (si lo vieran) aquellos que se negaron a asistir a las bodas. Lo cierto es que el hombre demostró no tener interés alguno y su proceder no correspondió con la de los otros convidados, quienes sí se prepararon para la ocasión.

          La vida nos ofrece oportunidades buenas. No obstante, cuando algo no nos interesa, no hacemos el esfuerzo mínimo ni por todo el oro del mundo. Simplemente porque no hay voluntad para ello. Aquel hombre tomó la determinación de asistir y participar de las bodas de acuerdo con su propio criterio; y aquí es donde se equivoca. Pues todo lo que tenía que hacer era vestirse apropiadamente para el evento al cual había sido invitado. Nada le fue encargado como requisito previo para poder asistir; no hubo exigencias o demandas que se lo impidieran. 

          Al igual que el hombre de esta narración, hay muchos quienes piensan que la bondad de Dios les permite vivir conforme a su filosofía personal y que ellos pueden decidir su presente y su destino eterno, como si Dios (representado por el rey) tuviera la impuesta obligación de aceptar a todo el que viene a él sin tener en cuenta su voluntad. No nos equivoquemos también nosotros pensando lo mismo; no vaya a ser precisamente nuestra libertad de conciencia la causante de que seamos lanzados a las tinieblas de afuera. Es cierto que tenemos libertad, pero dice la Escritura que “no debemos usar la libertad como excusa o pretexto para hacer lo malo” (1 Pedro 2:16); y mucho menos para entrar en polémica con Dios. Además, ninguno puede justificarse delante de él por medio de argumentos, o ideologías, y mucho menos por nuestra autodeterminación caída (representada por el hombre lanzado a las tinieblas). Todas las veces y en todos los tiempos, Dios demanda del hombre, que se arrepienta de sus malos caminos. 

          Así mismo, hay un detalle que no podemos ignorar. De todos los convidados se halló que “había uno que no estaba vestido de boda.” El énfasis del relato corresponde, no a la multitud de los convidados, sino al hecho de que Dios no puede ser burlado y que nada hay oculto en su presencia. Nada podemos esconder de Aquel que escudriña las intenciones de los corazones.
          
             Lavad, limpiaos; quitad la iniquidad de vuestras obras de ante mis ojos; dejad de hacer lo malo: aprended a hacer bien; buscad juicio, restituid al agraviado, oíd en derecho al huérfano, amparad a la viuda.  Venid luego, dice el SEÑOR, y estemos a cuenta: si vuestros pecados fueren como la grana, como la nieve serán emblanquecidos: si fueren rojos como el carmesí, vendrán a ser como blanca lana. Si quisiereis y oyereis, comeréis el bien de la tierra: Si no quisiereis y fuereis rebeldes, seréis consumidos a espada: porque la boca del SEÑOR lo ha dicho. (Profeta Isaías 1:16-20)



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