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"cada vez que reflexiono en este asunto, me pregunto cómo puedo llegar al corazón de las personas con mayor continuidad y efectividad al anunciar el evangelio."


El correo electrónico es efectivo. Nos permite comunicación casi de inmediato con corporaciones, amigos, y familiares. Cada vez que abrimos nuestro buzón de correo queremos saber quién nos ha escrito y deseamos leer los mensajes que realmente nos interesan. Cierto es que también llegan a inundar nuestro correo algunos mensajes que promueven negocios tentadores, e invitaciones cuyo contenido atenta contra la unidad familiar.
          Después de atender a los que realmente son necesarios, lanzamos a la basura los que no nos interesan. De igual manera, cancelamos cualquier suscripción que hayamos tenido y creemos que esto es suficiente. Pero, luego somos sorprendidos por la reincidencia constante de estos correos que no deseamos, de tal manera que, empezamos a reconfigurar nuestras preferencias y por ciertas cosas que ignoramos (no porque seamos brutos) no logramos deshacernos de estos mensajes que tienden a inundar nuestros buzones. Personalmente, en un día normal logro borrar hasta 100 innecesarios.
          Hoy es modalidad de los grandes almacenes ofrecer recibos de pago por medio del correo electrónico, y con solo rendir nuestra información, tengamos por seguro que ninguno se los quita fácilmente de encima, con sus falsas promociones de descuento que, si fueran ciertas, quebrarían sus negocios. Como consumidor pienso que si el producto es bueno, beneficioso, y duradero, pago con gusto. Si es costoso pero me da los mismos resultados, hago un esfuerzo y adquiero el producto. No necesitamos que se comercialice con la privacidad de nuestro correo personal.
          Pero precisamente esta insistencia tan tenaz, obstinada y brutal es la que a veces me pone a pensar que la misma impertinencia deberíamos utilizar, (cuando compartimos con las personas), para anunciar el evangelio. Claro, siendo ¡astutos como serpientes y mansos como palomas! Bien informados con una ideología y teología sensata que nos ayude a traer todo pensamiento cautivo a la obediencia a Cristo y derribando argumentos que se levantan contra el conocimiento de Dios, además reprendiendo toda injusticia que los hombres consideren justa.
          Estas corporaciones y negocios que inundan nuestra privacidad no tienen cuidado, ni les importa nuestro interés real y personal. Solo quieren hacer una venta más y generar ganancias. Pero a nosotros nos interesa el bien de Dios; y su palabra no es verdad. Es la verdad! ¡La verdad! No es una verdad a medias; es la verdad absoluta aunque el mundo sostenga que tal verdad no existe. Si al mundo no le importa, a los cristianos nos debe importar.
          El Señor Jesús (hablando del mayordomo infiel) dijo que los hijos de este siglo son más sagaces que los hijos de luz y con mucha razón; porque pienso que nos falta sagacidad para anunciar a Cristo. No como hacen algunas iglesias que ofrecen incentivos a las visitas para que regresen. Si regresan debe ser porque fueron redargüidos de su pecado y ahora desean andar en los caminos del Dios. Astucia (no maligna ni mal intencionada), sagacidad, e inteligencia al declarar la verdad de Dios es lo que nos hace falta.
          También podemos ser insistentes lo mismo que todas las agencias comerciales. Es verdad que nada nuevo hay en lo que comparto pero, cada vez que reflexiono en este asunto, me pregunto cómo puedo llegar al corazón de las personas con mayor continuidad y efectividad al anunciar el evangelio. Nos corresponde hacerlo como fue aconsejado: a tiempo y fuera de tiempo; redarguye, reprende, exhorta con toda paciencia y doctrina. Porque vendrá tiempo cuando no sufrirán la sana doctrina, antes teniendo comezón de oído, se amontonarán maestros conforme a sus propias concupiscencias. Y así apartarán de la verdad el oído, y se volverán a las fábulas. Y ¡Ay de los moradores de la tierra y del mar! porque el diablo ha descendido a vosotros, teniendo grande ira, sabiendo que le queda poco tiempo.      No nos abstengamos de introducir con sabiduría la palabra de Dios. Puede ser un versículo al final de cada uno de los mensajes electrónicos que enviamos; o un versículo en nuestro perfil personal, o en cualquiera de las aplicaciones de las redes sociales. Bendiciones!

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