ERROR DE ERRATAS Y HORRORES

 


Aquí, lo único que se aprende es que nunca debimos haber cometido el error

Un hombre tomó una puntilla de cuatro pulgadas con su mano sosteniéndola entre los cuatro dedos y puso el pulgar por encima para que ésta no se moviera. Queriendo clavarla de un solo golpe lanzó un martillazo que le hizo comprender lo garrafal de su error. Pero el hombre comprendió, después de tal experiencia, “que de los errores, se aprende.”

          La vida nos da lecciones que recordamos con frecuencia. Pero realmente, ¿Qué aprendemos? Porque gústenos o no, se siguen cometiendo faltas o errores. Claro, pueden ser de manera involuntaria. Es decir, indeliberados, que resultan de nuestra ignorancia o descuido aunque no dejan de ser errores y a veces conllevan consecuencias irremediables. Por ejemplo, un niño que resulte herido al jugar con el revólver de su padre manifiesta la ignorancia del menor y el descuido del progenitor.

          Se podrían citar más ejemplos o circunstancias en las que aparecen estos dos elementos, ignorancia y descuido. Sin embargo, me parece que este tipo de error se caracteriza porque nos despierta del letargo en que caemos al creer que todo sigue su curso normal. Cuando esto sucede y el error no previsto acontece, entonces evaluamos el hecho y sus consecuencias, se busca la mejor de las soluciones, reevaluamos, y entonces nos corregimos, procuramos no volver a cometerlos, tratamos de hacer las cosas de la mejor manera y si es necesario nos disculpamos con el ofendido, y hasta rogamos por perdón. Por supuesto, hay momentos en los que un error es tan mínimo que una simple apología lo soluciona todo, mas no todas las veces ocurre así de sencillo. Aun, la súplica “ayúdanos a contar de tal modo nuestros días, que traigamos al corazón sabiduría” es muy apropiada. La ignorancia puede ser rectificada mediante la información o conocimiento, y el descuido con la sensatez. Me parece que ahí es cuando de veras hemos aprendido. Un viejo refrán advierte sabiamente ¡quien tropieza dos veces con la misma piedra merece romperse la cabeza! ¡Dios nos guarde de tal acontecimiento!

 

          Una enunciación define la palabra error como una acción desacertada. Me atrevo a decir que toda acción de este tipo tiene un carácter voluntario a diferencia del accidental. Hay proceder realizado en oculto que, al descubrirse sepulta los actos legítimos de toda una vida. También conlleva consecuencias fatales e ineludibles y sus protagonistas perciben demasiado tarde el alcance de sus hechos. Después de los ayes y el dolor aprenden que su conducta fue y es absolutamente equivocada. El carácter voluntario de una acción desacertada no contiene desinformación ni ignorancia, como tampoco descuido o imprudencia. Todo lo contrario; allí se hace uso de todos los medios habidos para lograr un beneficio fuera de los límites permitidos. Entonces es cuando el error se convierte en un acto aberrante. Aquí, lo único que se aprende es que nunca debimos haber hecho lo que hicimos.

          Si podemos aprender de los errores, debe ser porque nos percatamos de nuestro equívoco, no tenemos suficiente conocimiento de las cosas, y no hay intención de cometerlos aunque ya hemos citado su solución. Pero si creemos que podemos errar a voluntad y salir ilesos, nos equivocamos de nuevo. Erramos, desacertamos, y es equivocado decir que de las malas acciones se aprende. De las malas acciones e intenciones solo se cosecha dolor y muerte. Y no podemos sostener que de este tipo de error (el intencional y voluntario) se aprende. Nunca he escuchado falacia más falaz que la falacia misma de conceptuar que un acto falaz sea fuente de sabiduría y prudencia. 


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