UN CAMBIO RADICAL

Ha sido como el rastro de la serpiente sobre la roca, y el rastro del hombre en la doncella.

Es una paradoja experimental que, sin darnos cuenta, el mundo cambió delante de nuestros ojos. Algo semejante a lo dicho por el Señor “porque viendo no ven, ni oyen con los oídos” Lo cierto es que el mundo no es el mismo que hace dos años.

          Ha sido como el rastro de la serpiente sobre la roca, y el rastro del hombre en la doncella. Difícil de percibir, de observar, pero los resultados pronto se hacen visibles y entonces nuestros ojos se abren a una realidad hasta entonces desconocida.

          Una realidad que ya no necesita ser profetizada, sino que por el contrario, confirma lo que había sido anunciado; la manifestación del hombre de pecado, el hijo de perdición que se opone contra todo lo que se dice Dios, o es objeto de culto. Ha sido lánguida y gradual su lenta revelación, casi imperceptible pero muy cierta.

          Este cambio me ha hecho recordar las palabras Y hablará palabras contra el Altísimo, y a los santos del Altísimo quebrantará, y pensará en mudar los tiempos y la ley: y entregados serán en su mano hasta tiempo, y tiempos, y el medio de un tiempo.

          Nunca imaginé que el nombre del Señor y su palabra fueran tan escuetamente rechazados en las altas esferas de gobierno, en las Cortes de Justicia, en las escuelas, en las universidades, y en las multitudes sociales. Tampoco pasó por mi mente que un día iba a comparar las grandes capitales del mundo con Sodoma y Gomorra. Que la identidad de géneros sería una opción personal y no biológica. Que el racismo, en lugar de ir desvaneciéndose, ahora se agudiza con el movimiento de la Teoría Crítica de la raza. No puedo olvidar los intentos bestiales por una Autoridad Globalizada. Es simplemente ¡impresionante! La corrupción gubernamental es una pelea de hienas.

          Actos de vandalismo, robo, violencia, irrespeto a la autoridad, baja moral, y todas las detracciones posibles ahora son el pan de cada día en las noticias. ¿En qué mundo vivimos?

          Parece que este mundo es el lugar menos indicado para todo aquel que se dice cristiano. Pues el amor al prójimo, la honra a los padres, la misericordia, el núcleo de la familia no tienen cabida en el mundo del Príncipe de las Tinieblas. Testificar de Cristo es hablar a paredes sordas. Solo escuchan cuando se les dice algo agradable al oído. En caso contrario, como perros hambrientos, procuran devorar al que testifica. Las iglesias han perdido fuerza. Son miradas con indiferencia y lo peor está aún por venir; porque al hombre de pecado, al Hijo de Perdición se le permitirá hacer su obra. Esto es principio de dolores.

          ¿Qué nos corresponde hacer? Recuerdo las palabras del Apocalipsis: Que el injusto siga haciendo injusticias, que el impuro siga siendo impuro, que el justo siga practicando la justicia, y que el que es santo siga guardándose santo…

          Copiando las palabras del célebre Shakespeare diría que: “Ser o no ser. Esa es la cuestión.” Definitivamente, somos o no somos creyentes en Cristo; no hay términos medios para con Dios. O nos santificamos o nos hacemos uno con el mundo.  Pienso que no hay otra forma de ser librados de la segunda muerte.

          Practicando la justicia y santificándose cada día podrá el hombre ser justificado (justificado) ante el Juez de toda la tierra. Bien le dijo el Señor a Pedro refiriéndose a Juan: Si quiero que este quede hasta que yo regrese ¿A ti qué?  Así que, no podemos más vivir en función de lo que otros hagan o dejen de hacer. Vivamos justa y piadosamente en Cristo Jesús el Señor. Nos corresponde buscar la santidad sin la cual nadie vera al Señor. 

 

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