EL BUEN USO DE LA PALABRA
no es saber hablar lo
que lo diferencia, sino
su capacidad de razonar.
Con gran certeza el proverbista escribió:
¡La sabiduría clama en las calles, alza su voz en las plazas, en los
principales lugares de reunión! ¡En la entrada de las puertas de la ciudad dice
sus razones! ¿No clama la sabiduría y da su voz la inteligencia? ¡Oíd, porque
hablaré cosas excelentes, y abriré mis labios para cosas rectas! ¡Porque mi
boca hablará verdad, y la impiedad abominan mis labios! (Proverbios de Salomón).
La declaración anterior da a entender dos cosas; una, que quien quiera puede
hallar la sabiduría. Y dos, que quien la busca y la halla, también adquiere sus
excelencias.
El
buen uso de la palabra, la invención de la escritura, y los signos del
lenguaje, empleándolos correctamente deben obrar para nuestro beneficio. Mas no
es simplemente el saber hablar, o el escribir, o usar una sintaxis apropiada lo
que nos hace bien. Sino que, cuando utilizamos estos mismos elementos para
edificar nuestras vidas y la de otros, todos somos beneficiados. De la sabiduría
hemos leído que habla con rectitud; es decir, como corresponde. Habla verdad, o
instruye con base en la realidad de las cosas; y habla con pureza de labios, su lenguaje es
bien intencionado.
Acerca del buen
arte de la expresión del lenguaje mucho ha sido referido por los grandes filósofos.
Uno de ellos, Descartes, en su obra El
Discurso del Método escribió:
“Vemos que las urracas y los loros pueden proferir,
como nosotros, palabras. Y sin embargo, no pueden, como nosotros, hablar; es decir, dar fe de que piensan
lo que dicen. Y esto no solo prueba que las bestias tienen menos razón que los
hombres, sino que no tienen ninguna. Pues
ya se ve que basta muy poca para saber hablar.” Con esto declaró que el hombre es de una condición muy superior a la
de los animales, y que no es saber hablar lo que lo diferencia, sino su capacidad de
razonar.
Otro pensador,
Schopenhauer, en su obra Dialéctica Erística
(El Arte de tener Razón), agrega: “si en nuestro fondo fuésemos honrados,
en todo debate intentaríamos que la verdad saliera a la luz, sin preocuparnos
de si, de hecho, la verdad resulta conforme a la opinión que sostuvimos al
principio o a la del otro.” ¿No es interesante? Dos pensadores separados por un
poco más de un siglo coinciden en que el
buen uso de la palabra diferencia al hombre sabio de los animales y de los
charlatanes.
¿Y qué decir de los escritores bíblicos? Entre ellos, Moisés
exclamó “goteará como la lluvia mi enseñanza,
destilará como el
rocío mi razonamiento, porque el nombre de Jehová
proclamaré.” De donde
hallamos dos columnas en el buen uso de la palabra: sana enseñanza y buen razonamiento,
las cuales exaltan a Dios.
Pablo, conociendo la condición espiritual del hombre
aconsejaba: “ninguna
palabra corrompida salga de vuestra
boca, sino la que sea buena para la necesaria edificación, a fin de dar gracia
a los oyentes.” Y Santiago advertía ¡Cuán grande bosque enciende un pequeño fuego!
“Y la lengua es un fuego. Con ella
bendecimos al Dios y Padre, y con ella maldecimos a los hombres. De una misma
boca proceden bendición y maldición. Hermanos míos, esto no debe ser así.”
De la abundancia
del corazón, habla la boca; y en las muchas palabras, la voz del necio. Por
ello, inclinémonos en pro de la verdad de los hechos; que nuestra palabra sea
como corresponde a personas adultas y educadas; que con el buen uso de la
palabra edifiquemos a nuestros interlocutores; evitemos las palabras corruptas;
y que no seamos fuente de aguas mixtas. “Esto es el buen uso
de la palabra.”
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