DESVISTIENDO AL MONJE

 


El árbol se conoce por sus frutos

Alguien dijo en algún lugar, por primera vez, que el hábito no hace al monje. Sabio refrán que nos acompaña hasta el día de hoy para describir la conducta de una persona que no armoniza con lo que dice ser ni con lo que dice creer. ¡Nunca se me hubiera ocurrido! Siempre hay uno más sabio que uno.

               Aplico lo anterior al hecho de que, en el mundo religioso, algunas ceremonias se realizan para expresar de forma externa la profunda convicción del profesante. Pero también recuerdo que en el libro del profeta Isaías Dios se manifestaba de la siguiente manera: No me traigáis más vana ofrenda; el incienso me es abominación; novilunios y sábados, el convocar asamblea, no lo puedo sufrir; son iniquidad vuestras fiestas solemnes. Las tiene aborrecidas mi alma; me son gravosas; cansado estoy de soportarlas. ¿Cuál era la causa? La infidelidad del pueblo. Todo el ceremonial religioso contradecía sus obras.

               Una de las ceremonias más significativas del pueblo israelita era (o es) la circuncisión. Era el sello de unión entre Dios y el circuncidado. Y así como la circuncisión fue para el judío, el bautismo llegó a serlo para el cristiano.

               Pero como el hábito no hace al monje, tampoco la circuncisión ni el bautismo per se hacen santo a quien participa de dichas ceremonias. Ya Dios lo había dicho en el Antiguo Pacto: Circuncidad, pues, el prepucio de vuestro corazón y no endurezcáis más vuestra cerviz. Quitad la iniquidad de vuestras obras de delante de mis ojos; dejad de hacer lo malo; aprended a hacer el bien; buscad la justicia. Así, Dios le hacía entender al pueblo la importancia de observar la ley espiritual que tiene primacía sobre la ley ceremonial.

               Pablo, en el nuevo testamento, indica qué significa “la circuncisión” para el creyente en Cristo. Enseñaba: habéis sido circuncidados al echar de vosotros el cuerpo pecaminoso carnal. 

               Como vemos, la circuncisión y el bautismo son legítimos siempre y cuando la persona se desprende de una vida pecaminosa para vivir y guardar los mandamientos de Dios. La circuncisión es desprendimiento(del), y el bautismo muerte (al) pecado.

               En los días apostólicos, el bautismo significó “una unión tan estrecha con Cristo, que el creyente participaba de su muerte y de su resurrección. El sacramento del bautismo era la incorporación definitiva en Cristo”[1] (Green, 1997). Esto era así, de la misma manera que mediante la circuncisión el judío era hecho miembro del pueblo elegido de Dios y heredero de las promesas hechas a Abraham.

               No obstante, en tiempos modernos hay algunos que ni circuncidados ni bautizados, participan de la sagrada comunión o santa cena (otra ceremonia) creyendo que así están unidos a Dios. ¡Bestial el asunto! Porque si lo que decimos creer no es nuestro hábito, no pretendamos ser monjes vistiendo un hábito que no nos pertenece. Bueno es que nuestros hechos exterioricen lo que guardamos en nuestro corazón. Bien dijo el Señor: por sus frutos los conoceréis.  


 


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