SU RASTRO ME ES OCULTO
Instruir a una persona en el
evangelio es una lucha ideológica, doctrinal, y teológica. Sobre todo por los
cambios que han de realizarse en la vida de quien, siendo instruido en el
evangelio, desea hacer la voluntad de Dios. Por otro lado, el que instruye se
enfrenta a la ideología del mundo, sus conceptos y sus tendencias. Y es difícil
renovar una mente que ha sido moldeada por las experiencias vividas durante
tantos años en un mundo de apariencia amigable, sin embargo, implacable con sus
súbditos.
Las
palabras “mi reino no es de este mundo” marcan una diferencia
abismal. Y la advertencia “el que quiera ser amigo del mundo, se constituye
enemigo de Dios” señala que quien quiere seguir a Jesús debe estar
seguro de poner la mano sobre el arado y no mirar atrás. Es una vida opuesta al
mundo.
Reconociendo
estas condiciones decía el apóstol Pablo: quiero que sepáis qué lucha
tan dura sostengo por vosotros (Colosenses 2:1). Mas no para exhibirse
y/o ser admirado. ¡No! Sino para comunicar a los creyentes que anunciar,
amonestar, y enseñar a todo hombre en Cristo no era, ni es, tarea
fácil. Por ello, decía: “las armas de nuestra milicia no
son carnales, sino poderosas en Dios, para la destrucción
de fortalezas, derribando argumentos y toda
altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios y llevando cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo. (2
Corintios 10:4) ¡Cuán intensa lucha! Por cierto, parece perderse ante la
apostasía presente.
Tres
cosas me son ocultas; aun tampoco sé la cuarta decía el
proverbista. Una de ellas era el rastro de la serpiente sobre la peña. Las malas obras
que corrompen las buenas costumbres son casi imperceptibles; y se debe a que el
hombre es capaz de encubrir las intenciones de su corazón. Toda obra maligna es
fraguada en oculto y desarrollada con una sutilidad que solo se descubre por
sus frutos. Ante esta conducta ¿Quién o qué puede hacerle frente?
¡El
evangelio! El mismo que han tratado de desvirtuar y destruir sus opositores durante
milenios; el mismo que hoy se opone al mundo del cual es eterno enemigo. Porque
el mundo pervierte todo, tergiversa todo, y lo manipula todo hasta el punto de
mover la voluntad de los hombres a hacer el mal como si el bien nunca
existiera. Invierte los valores, y hoy se manifiesta el hombre de pecado, el
hijo de perdición.
Nacemos
en un mundo hundido en la maldad y salir de él es nadar contra la corriente. No aceptar su ideología
nos hace retrógrados. No estar de acuerdo con sus corrientes nos convierte en
antisociales, descubrir sus errores nos censura de rebeldes. Entonces nos volvemos
escépticos y dudamos la existencia de Dios y la verdad de su ley. Sin embargo,
por el conocimiento de las Escrituras Sagradas el hombre perdido renueva su
entendimiento y viene a la luz verdadera que alumbra a todo hombre. Instruir a
alguien en el evangelio es una tarea tenaz y el rastro de la serpiente es imperceptible.
Toma
una vida para que todo argumento que se levanta contra el conocimiento de Dios
sea removido y para que nuestro pensamiento sea llevado cautivo a la obediencia
a Cristo. En el evangelio, esta es la vida eterna: que te conozcan a
ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado. ¡Vamos! ¡Echemos
mano de la vida eterna!
Que
no nos suceda lo dicho en el libro del profeta Isaías: El buey conoce a su
dueño, y el asno el pesebre de su señor; pero Israel no conoce, mi pueblo no
tiene discernimiento.
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