DOS CIEGOS Y UN SOLO CAMINO
Comencé a estudiar un curso de
soporte técnico. Y en virtud de mi nulo conocimiento sobre la materia, me vi
obligado a descifrar el significado de los acrónimos interminables que esta
clase de redacción posee, para poder esclarecer los conceptos detrás de cada
proceso de interacción con el computador.
Lógico,
tuve que ejercer una mayor disciplina en dicha lectura la cual aún me empuja a leer varias veces un mismo párrafo, a
consultar otros medios de información sobre el tema, y empinarme por encima de
mi nivel de lectura con tal de salir avante en la adquisición de este tipo
nuevo de conocimiento.
Ocupado
en este estudio, percibí que desde largo rato había descuidado la lectura
bíblica. Cosa que da gran vergüenza cuando uno profesa ser un buen cristiano. Entonces
decidí hacer un espacio para no descuidar una actividad que ha pulido mi vida.
Retomé el testimonio de Lucas, el médico amado. Y para mi sorpresa noté que ahora lo leía de una manera completamente
nueva. No como quien lo desconoce pero tampoco como quien todo lo sabe. Eso sí, ejerciendo la misma disciplina que estaba utilizando
para comprender aquello de la Información Tecnológica; cosa nada fácil, pero jamás
imposible.
Así
pues, como ejemplo de esta nueva relectura del evangelio de Lucas, en mi experiencia,
pude hallar -a mi entender- que el eje central del capítulo 6:27-49 del evangelio de Lucas, es el
cuestionamiento de que si un ciego puede guiar a otro ciego. A lo cual, en mi repaso
respondí con un no absoluto, y esto me hizo ver que nada me diferenciaba del
injusto si, creyéndome justo, obraba igual que él.
Observé que el pasaje no me instruía a ser de carácter
débil (como lo interpretan muchos), sino a mostrar misericordia con aquel a
quien considero inferior a mí.
Por otra parte, me
habilitaba a juzgar a otro(s) pero después de examinarme, después de corregirme
y de no cometer el mismo mal que condeno. Porque es que falsamente se ha
dogmatizado que nadie puede juzgar a nadie ni a nada. Porque hay que respetar.
Por ello, hemos terminado respetando al diablo, sus obras y sus hijos. Lo cual
me parece (y comparto) que es un gran engaño. Pues de ser así, nunca podremos discernir
qué es bueno y qué es malo.
También fui amonestado, en esta lectura, a
buscar la estatura del que me enseña. Por ello, si a mi maestro lo llamo Señor,
y no guardo su palabra, soy tan ciego como aquel que no es discípulo suyo y a
quien espero guiar.
Sin duda dirá alguno que
nada nuevo descubrí. Es decir, que tiene mayor luz de la verdad que yo. Pero pregunto:
¿A cuántos ciegos, verdaderamente, hemos podido traer a la luz? O ¿Cuántos han
caído en el mismo hoyo que nosotros? ¡Dios guarde!
La verdad, que esto de
confesarse uno “buen” cristiano está muy lejos de sostener que se cree en
milagros. ¿Quiere saber qué pienso? Que el cristianismo moderno está más cerca
del abismo que de la luz. Y la iglesia, muy aparte de ser columna y baluarte de
la verdad.
Bien dijo el Señor que la
lámpara del cuerpo es el ojo. ¡Imagínese usted, que no podamos discernir dentro
de nosotros mismos, el bien del mal! ¿Qué no será nuestra luz sino tinieblas?
Vuelvo y digo que mi lectura
no ha vuelto a ser la misma lectura tradicional. Dejó de ser aquella que separa
un versículo de otro perdiendo el contexto total de la narrativa. Creo que el
mensaje bíblico es uno solo para todos. ¡Apártese de iniquidad todo aquel que
invoca el nombre de Cristo! Y que si deseamos seguir a Cristo, para aprender de
él, no debemos mirar hacia atrás como quien añora las riquezas del antiguo
Egipto, o como quien desea volver a tener todo lo que dejó en Sodoma. El Señor nos
fortalezca para sostener nuestra mirada al frente del campo que nos queda por
arar. Amen!
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