HASTA QUE LA MUERTE NOS SEPARE
Una escuela a la que no todos están dispuestos a ingresar
Las opiniones en cuanto al
matrimonio son numerosas y variadas. Hay quienes lo elogian, otros lo odian, lo
denigran, lo exaltan, lo aconsejan, se oponen a su realización, lo devalúan,
otros lo valoran en gran estima. En fin, no existe un consenso común, por lo
que no pretendo poseer la última palabra sobre el tema, pero en lo que sigue
comparto una perspectiva personal reconociendo que cada uno ha experimentado el
matrimonio conforme transcurre su vida conyugal.
En
el matrimonio hay momentos inesperados que con el tiempo se convierten en
anécdotas risibles y divertidas para disfrutar en familia. Pero hay otros
momentos que son indeseables y requieren la acción de los
dos cónyuges. Es un existir compartido entre dos personas con gustos,
conceptos, y perspectivas diferentes sobre las cosas de esta vida; y cuando el
conflicto surge dentro de la pareja misma, somos sacudidos y surge la pregunta ¿Dónde
quedó el amor que sentíamos? En esos
momentos somos probados con fuego.
La
felicidad matrimonial posee un precio muy alto y es de valor constante aunque
puede sufrir devaluación; y por ello vale preguntarse cuáles fueron las razones
que nos llevaron a tomar un paso tan vital y trascendental que afecta al Estado.
También es legítimo analizar hasta dónde, y hasta cuándo estamos dispuestos a
mantener nuestro compromiso de fidelidad, apoyo, cariño, paciencia y respeto
mutuo. Porque en esta institución cada uno ha de aportar el cien por ciento de
su capacidad. Es triste y desalentador cuando, de los dos, solo uno realiza el
esfuerzo y el otro se torna egoísta y sanguijuela.
No
dudo que el matrimonio es una escuela de
superación personal diaria, formación de carácter, de responsabilidad mutua y
familiar, de humildad, y de lealtad a la que no todos
están dispuestos a ingresar porque definitivamente, no es un pastelito
de azúcar lo que nos espera. Allí, el varón debe ser verdadero varón y la mujer
verdadera mujer.
Quien
denigra y ridiculiza el matrimonio es miope; quien lo reduce a una celebración
pomposa ignora el costo de la construcción de un hogar, y el que lo abandona no
siempre encuentra una salida de escape sino, seguramente la entrada a muchas
circunstancias inciertas que abaten el espíritu humano. Solo Dios conoce
nuestra condición y su brazo no se ha cortado para salvar.
Gracias
por quienes aman a su cónyuge, construyen hogares y crían hijos con esfuerzo y
les inculcan valores morales. Nadie dijo que es fácil pero tampoco nadie ha dicho que es imposible.
Cuando se cumple con esta labor, el matrimonio merece el reconocimiento de
toda la sociedad. ¿Qué es del ser humano sin tener un hogar que lo reciba y que
lo forme? Simplemente se muere socialmente. Por ello, el matrimonio debe ser
devuelto al pedestal que le pertenece. Sea honroso en todos el matrimonio y
el lecho sin mancilla (sin mancha) dice la Escritura. El Estado debe
honrarlo y no tiene derecho a desvalorizarlo por culpa de quienes en matrimonio
han fallado a sus responsabilidad. La gracia de Dios sea sobre aquellos que construyen hogares crian a sus hijos.
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