¿Quién podrá decir esto es está bien o esto está mal?
La afirmación
de que no debemos juzgar es tan común, que estamos adquiriendo el hábito de
callar ante la anarquía y el absurdo. Pero tal aseveración puede utilizarse como
medio de escape a la crítica que sanciona toda conducta aberrante y detractora.
Asimismo, una sociedad igualitaria pretende persuadirnos a abstenernos de hacerlo.
Y como si no fuera suficiente, (esta quimera disfrazada de justicia) arenga que
todos los valores éticos y sociales deben ser aceptados sin excepción. Ahora,
si aceptamos que esto es válido, entonces lo mismo es si somos buenos o malos. Ambos
comportamientos deben aceptarse, y una misma cosa son la lealtad y la infidelidad.
Es ilógico creer que abstenerse de juzgar es propio de prudentes y sabios. Aunque
irónico, es al revés. El hombre sabio y prudente ejercita sus sentidos en el
correcto discernimiento de las cosas. Del mismo modo, la mujer que analiza y
distingue entre lo transparente y oscuro de un asunto, también es sabia y
prudente.
¿No podemos ni debemos juzgar? Bueno, cada quien decide (a juicio personal)
lo que quiere. El mandamiento bíblico requiere que cuando juzguemos lo hagamos
con justo juicio y no según las apariencias ni los favoritismos. Es más, nos
ordena a diferenciar entre lo justo y lo injusto, nos insta a discernir entre
el bien y el mal, ya sea la conducta de los individuos, sus acciones y sus
palabras.
Si dejásemos de juzgar, ¿Quién podrá decir esto es está bien o esto está
mal? Si no ejercemos el juicio y el
razonamiento nos degradamos.
La Biblia indica que el alimento sólido (sana doctrina) es para los
adultos, para los que han alcanzado madurez, para los que por el uso tienen los
sentidos ejercitados en el discernimiento del bien y del mal. Es decir, para
los que juzgan correctamente. En cambio, el que participa de la leche es
inexperto, es infantil, pues es incapaz de discernir.
Desafortunadamente, de la Biblia es que hacen fundamento para amordazar la
conciencia e impedir que los humanos ejerzan juicio y cordura. Pero pongamos
las cosas en orden. No que la Biblia de sí misma sea la fuente de tanta
insensatez, sino el uso arbitrario que de ella hacen los hijos de Adán cuando
les conviene.
Ahora, si reflexionamos sobre
nuestra débil condición, es decir, nos consideramos a nosotros mismos cuando
alguno es sorprendido en falta, y tenemos en cuenta el amor al prójimo,
entonces somos prevenidos de juzgar sin discreción; pero cuando ya dejamos de
juzgar las acciones y empezamos a admitir cualquier absurdo, pecamos y luego
llamamos a lo malo bueno y a lo bueno malo. ¡Cuántos abundan hoy que consideran
el engaño, la mentira y la astucia como virtudes!
Mejor, reflexionemos. Que,
si dejamos de juzgar, andamos en tinieblas. Y si ya no nos juzgamos a nosotros mismos,
entonces ya no sabremos el bien y el mal que cometemos.
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